Por Héctor Gómez Kabariq
Bajo el gobierno del presidente electo Gustavo Petro, la denominada “fiesta taurina” desaparecerá del territorio colombiano.
El entrante mandatario ya advirtió que ninguna instalación o edificación pública, (las plazas de toros), podrá ser usada con ese fin y que ninguna entidad estatal podrá vincularse como auspiciadora o patrocinadora de esa clase de eventos. Dado que en Colombia todas las plazas de toros han sido construidas con dineros públicos, se entiende que no habrá más corridas taurinas, al menos bajo este nuevo gobierno.
Ha dicho Gustavo Petro : “El toreo es la diversión de una élite de poder con la muerte de los demás”. Cabe recordar que cuando fue alcalde de Bogotá, Petro prohibió las corridas de toros en esa ciudad.
La medida ha sido bien recibida por los defensores de los animales que desde hace años vienen adelantando campañas buscando la eliminación de ese espectáculo asesino.
Veamos en qué consiste una “corrida de toros”.
Horas antes de sacarlo al ruedo, al animal lo golpean salvajemente con un garrote en los testículos y en los riñones para quitarle fuerza; lo purgan para provocarle diarrea y debilitarlo aún más; le untan grasa en los ojos para que no vea bien y le embadurnan las patas con una sustancia ardiente a fin de que no se quede quieto. Cuando el toro sale a la arena saltando no es de alegría o porque tenga “casta”, sino porque le arden las patas.
Ya en el redondel, el picador desde su caballo, enterrándole una lanza lo desangra y le destroza los músculos trapecios, el romboideo, los espinosos y los transversos; seguidamente con seis banderillas le aumentan el dolor, le acrecientan la hemorragia y le siguen destrozando la musculatura; a continuación el torero le entierra una larga espada con la cual le perfora el hígado, los pulmones y el corazón; y finalmente, a mansalva, le clava una puñalada en la nuca a la cual llaman “descabello” para destrozarle las vértebras atlas y axis, y dejarlo paralítico.
De inmediato el cobarde que viste de luces se voltea hacia el público con los brazos en alto dando un “parte de victoria”. Y el público exultante lo vitorea, le muestra pañuelos blancos y pide que lo premien. Pañuelos blancos, el color de la paz, para congraciarse con tan horrenda muestra de violencia.
Aún después de semejante brutalidad, el animalito, tirado en el piso y ahogándose en su propia sangre, sigue vivo. Entonces lo arrastran hasta un patio donde, sin que el público vea, con sevicia terminan de matarlo a puñaladas.
Es tan criminal este espectáculo, que ya ha sido prohibido en casi todos los lugares del mundo incluyendo algunas provincias de España, país que parió esta desgraciada aberración.
Quisiéramos ver si a quienes acuden a las plazas de toros les agradaría que alguien, así fuese levemente, maltratase a la mascota de su casa.
El toreo es un acto criminal cuyos promotores deberían ser encarcelados a la luz de las normas que proscriben el maltrato a los animales en Colombia.
Por fortuna, al menos durante los próximos cuatro años, ese macabro espectáculo desaparecerá del país, según el anuncio del presidente electo Gustavo Petro.
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