(Nota de la Dirección : Escarbando viejos papeles con motivo de un trasteo, encontré este artículo escrito por mi hermano Francisco, el mayor de los ocho hijos de Antonio Vicente y Rosa, sobre la posible presencia de sangre judía en la raza de nosotros, los zapatocas. Quizá de ahí viene la fama, (alejada de la realidad), de ser tacaños. Francisco, fallecido en 2008 y cuyos restos reposan en Zapatoca, escribió esta nota en 1977, cuando aún se desempeñaba como directivo de un par de colegios de Bucaramanga. Queda a consideración de los lectores, 41 años después de redactada. HGK.).

¿ DESCENDENCIA JUDÍA EN ZAPATOCA ?
Por Francisco A. Gómez Kabariq. Periódico “El Zapatoca”, agosto 1977
Hay quienes sostienen que los zapatocas tenemos ancestros judíos, y aunque parezca una fantasía del romanticismo histórico, es posible que llevemos una brizna de lo hebreo. Lo cierto es que la organización social de nuestro pueblo sigue las líneas conceptuales de una interpretación religiosa de la descendencia de Leví. Además, son muchos los que afirman que somos el “Pueblo escogido” de Santander. Solo los envidiosos lo ponen en duda.
Se dice que por los años de 1.400 había en España aproximadamente 400.000 judíos, llamados sefarditas, que fueron conminados a abandonar ese país por un edicto de los Reyes Católicos, dado en Granada el 31 de mayo de 1492.
Los sefarditas se establecieron en el norte de África y la historia narra que, con los españoles, llegaron a las tierras de Santander. Con ellos vinieron hebreos o judíos europeos, dedicados especialmente al comercio de géneros. Era una raza acostumbrada a caminar, que fue dejando retoños en muchos pueblos.
Para el observador no le puede parecer extraño que ciertas costumbres de algunas poblaciones sean el resultado de la continuidad genética, en espacio o tiempo, de la rica herencia de los antepasados, adormecidos tal vez, pero siempre viva.
El apelativo de “Ciudad Levítica” que tanto enorgullece a Zapatoca, es posible que se lo hayan dado, no por el número de sacerdotes hijos de la ilustre villa, sino por descender de la tribu Leví, casta sacerdotal, pueblo de Dios. Aún más : San Joaquín, judío, abuelo de Jesucristo, es el patrono de la parroquia del pueblo.
En Zapatoca existieron familias en donde el padre, al igual que los patriarcas bíblicos, era la máxima autoridad en el hogar. Ante el anciano centenario de barbas respetables, se arrodillaban la esposa, los hijos, yernos y nietos, para recibir la bendición, invocando al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

Entre los judíos existía la costumbre de identificar a las personas con el oficio, y a éste con las personas, de tal manera que persona y oficio, venían a constituir un mismo ser. Así llamaban a Jesús, el Hijo del Carpintero; Simón, el Celador; Magdalena, la pecadora; Mateo, el cambista; y Pedro, el pescador. El hombre es persona si trabaja; el ocio está condenado en la Escritura, cada quien tiene su oficio que lo identifica. Y quién no recuerda en Zapatoca a Don Cándido, “el rezandero”; a Don Luis Francisco, “el sacristán”; Don Campo Elías, “el talabartero”; Don Luis Felipe, “el herrero”; Celia, “la dulcera”; misia Puna, “la partera”; Don Ángel María, “el peluquero”; Don Dionisio, “el sobandero; Don Justo Pastor, “el sastre”; Don Emiliano, “el zapatero”; y Don Joaquín, “el sepulturero”.
Doce fueron las tribus de Israel y doce son los apellidos de las familias raizales de Zapatoca, y aunque su etimología no corresponde a raíces hebreas, sabemos que los judíos, durante la dispersión y las persecuciones europeas, cambiaron sus apellidos para librarse de la muerte: Ardilas, Acevedos, Díaz, Garcías, Gómez, Oteros, Platas, Pradas, Pinillas, Ruedas, Serranos y Suárez y muchos por estilo.
El sentido del honor y de lo religioso presidió las vidas de los patriarcas israelitas, pues se presentaron como instrumentos de una especial providencia en la historia, y así han sido en nuestro pueblo esos ancianos venerables, por el estilo de Don Abelardo, Don Peregrino, Don Cristóbal y otros, a quienes Yahvé premia con preciosa longevidad.
En Zapatoca existieron nobles varones que, como los patriarcas semíticos, daban normas de conducta y engendraban numerosos hijos, hasta un centenar a veces, ya de los que cobijaba la bendición nupcial, ya de los que por un azar, frecuentemente propicio, llegaban a luz bajo otro techo. Predominaba entonces la gran fecundidad.
Para los judíos, el templo de Salomón regulaba todas las actividades de la vida. Aun hoy, la religiosidad de los judíos los identifica en cualquier parte del mundo. Así también a los zapatocas, en cualquier ciudad donde se encuentre un paisano nuestro, será el primero en llegar a la iglesia y el último en salir de ella. A las cuatro y media sonaba el alba y de ahí en adelante, el reloj y las campanas marcaban todas las actividades del día hasta las ocho de la noche, cuando el toque de las ánimas anunciaba la hora de entregarse al sueño.

Los judíos de la diáspora o dispersión se dedicaron al comercio y se convirtieron en los grandes comerciantes del mundo. ¿En manos de quienes están los mejores negocios de Bucaramanga, Barranquilla y Bogotá? Indudablemente que de nuestros paisanos y de sus descendientes, quienes manejan una buena parte de la economía del país.
A Zapatoca no le tocó nada de la fecundidad y exuberancia de la tierra de promisión. El trigo no prosperó en el campo, aunque sí se cultivó y fue tal su importancia, que aun lleva el nombre de “Loma del trigo” la colina donde doraron las primeras mieses, y se conserva también la finca de El Molino, lugar donde alcanzaron a molerse los sabrosos granos de trigo; como tampoco prosperaron los viñedos; en cambio, sí, en muchos solares encontramos las higueras, que fomentaron y explotaron la industria de las conservas. Las veredas se fueron poblando de rebaños de cabras que erosionaron la tierra y la esterilizaron; al caminar por los empinados riscos de la cordillera, encontramos, de cuando en cuando, al enjuto pastor de aquellas soledades, que vio morir de hambre y sed sus animales, pero que aún sigue avanzando por entre los resquebrajados pedregales de la Cacica, el Ventisquero o El Coscal.
La fiesta de la Pascua era la fiesta del retorno a la Ciudad Santa de Jerusalén. Contemplar el templo que levantó Salomón, saborear el Cordero Pascual y recordar las tradiciones de un pasado glorioso, era la obligación más importante del piadoso israelita.
Así, el buen hijo de Zapatoca, regresa, celebra la Fiesta del Retorno, deambula por las calles durante largo rato, departe con sus amigos, vuelve a oír la voz de las campanas y el chirrido lúgubre de las puertas de golpe; vuelve por la asomada, a la Circasia; bajo un cielo gris sube por la calle del reventón, visita las tumbas de sus antepasados, le muestra a sus hijos, con ojos ligeramente humedecidos, aquella casita blanca perdida entre las lomas donde quedaron los recuerdos de su niñez, desciende por la vuelta del caracol hacia la calle Real, conversa con sus amigos y se toma un aguardiente en el café del Pompo Juan.
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