Más de 16 millones de turistas la han visitado en los casi treinta años que lleva abierta construida con el material que los indígenas trabajaban hace 500 años
Cuando Gonzalo Jiménez de Quesada llegó a las tierras del Zipa en 1537 los indígenas ya extraían de ahí, mediante ingeniosos túneles, la sal que aderezaba sus vidas. Las formaciones de piedra habían creado, desde hacía 10 millones de años, el ambiente propicio para que brotara el mineral. Desde antes de la Conquista, los indios se encomendaban a sus dioses para internarse más de 200 metros bajo tierra.
La primera virgen fue colocada ahí por mineros en 1932. La imagen representaba a Nuestra Señora del Rosario de Guasa. Casi veinte años después los expresidentes Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez visitaron a los mineros y se quedaron impresionados con el santuario que ellos, con sus uñas rotas, habían construido. “Necesitamos ayuda” le suplicaron, querían hacer una iglesia en las profundidades del socavón. Entre 1951 y 1954, bajo una superficie de 7.000 metros cuadrados y a noventa metros de profundidad, construyeron la primera capilla.
Durante dos décadas los habitantes de Zipaquirá vieron como los turistas de todas partes del país querían entrar a la gruta, descender a pesar de lo peligroso del terreno, de los riesgos que podría traer el recorrido, de los continuos deslizamientos y adorar a la virgen. Ante el llamado del pueblo por la preocupación que generaban las continuas grietas que se hacían en los alrededores de la entrada a la iglesia, llamaron a los máximos expertos mundiales en el tema, la Universidad Clausulal de Alemania quien envió al ingeniero Wolfgang Dreyer para valorar el terreno. La valoración fue concluyente: debería cerrarse de manera inmediata. Las grietas en el nivel Fabricalta, justo donde estaba su iglesia, presagiaban una tragedia.
