Frente el caso de Alvaro Gómez esperamos la verdadera verdad, no ha habido justicia ni reparación

Por María Isabel Rueda
Un buen sector del país se encuentra indignado por la impunidad que, intuimos, le espera al asesinato de Álvaro Gómez y de su escolta, José del Cristo Huertas Hastamorir, que el senador Carlos Lozada u olvidó, o deliberadamente suprimió de los cadáveres que por confesión se adjudica por fin. Pero otra parte del país reclama: ¿y es que acaso no hicimos todo este acuerdo de La Habana para que las Farc contaran la verdad, y ahora que por fin lo están haciendo no les creen?
Que ambas partes puedan tener razón, tanto los que les creen a las Farc como los que no les creen, no es un imposible, y paso a explicar por qué.
Supongamos que sea cierto. Que las Farc, después de 35 años de los hechos de Marquetalia, de los que supuestamente arranca el odio de ‘Tirofijo’ por Álvaro Gómez, hubiera ordenado su ejecución, cansado de esperar tanto, en el año 95. Eso carece de mucha lógica, habiéndolo podido matar en mil oportunidades, incluyendo tres campañas presidenciales, una activa y pública rutina periodística, así como una dedicada vida académica. Pero no, Lozada escogió precisamente ese 2 de noviembre de 1995.
Un día que indudablemente está íntimamente incrustado en el contexto político de la época, que era el escándalo del proceso 8.000, rodeado de la gran incógnita de si Ernesto Samper se caería o no.
Luego del asesinato aparecieron unas teorías conspirativas que apuntaban a que Gómez planeaba participar en un golpe para tumbar a Samper, y otras que aceptaban que el plan sí existía, pero que Gómez se había negado a participar. Hasta aquí, algunos escogieron creer que sí lo habían matado por eso, unos por lo primero y otros, por lo segundo.
Pero, adicionalmente a la teoría del complot A y del B, también gravitaban sobre el escenario amistades, acuerdos, pactos y contactos comerciales y políticos con los narcos del Valle.
Con los de Cali se había producido la financiación de los Rodríguez Orejuela a la campaña de Samper. Con los del norte del Valle, las relaciones atravesaban por un político liberal muy amigo de Serpa, asesinado hace unos tres años, de nombre Ignacio, ‘Nacho’ Londoño Zabala, hombre muy temido hasta por los investigadores de la Fiscalía. Muchas pruebas reposan en el búnker de que este personaje no solo conectó a la campaña Samper y concretamente a Serpa con el narco Víctor Patiño Fómeque, sino que este fue anfitrión incluso en el hotel Casa Medina, para recoger fondos para la campaña samperista, a cambio de unos relojes que entregaba Patiño Fómeque, en una especie de lavadero. La orden de matar a Gómez le habría llegado al “hombre del overol”, vía ‘Nacho’ Londoño. ¿Quién se la dio? ¿Quién o quiénes fueron los determinadores e instrumentadores que ordenaron asesinar ese día a Gómez?
Paralelamente existían, y eran muy activas, las relaciones de las Farc con los carteles del Valle. En una recopilación de cartas de ‘Tirofijo’ a ‘Jojoy’, publicadas por la Unidad Investigativa de EL TIEMPO por la pilísima Martha Soto y que están en proceso de verificación de autenticidad, aparecen de entrada dos curiosidades. Las Farc andaban en negocios con el cartel de Cali para la compra de unos misiles. Pero además, ‘Tirofijo’ les aceptaba a los carteles del Valle hacerles el favor de colaborarles en desprestigiar la extradición. Pero eso sí, la condición de ‘Tirofijo’ fue que ambas partes negaran esos vínculos.
¿Tendrá algo que contar Carlos Lozada de estas relaciones con la política y la mafia, en pleno escándalo del 8.000, y si influyeron en las razones que llevaron a ‘Jojoy’ a ordenarle a Lozada que precisamente ese día fuera a matar a Gómez?