
Por Héctor Gómez Kabariq
En una banca del parque principal de Zapatoca, al calor de un tintico, me dijo hace unos días mi buen amigo Reynaldo Linares que los colombianos somos los seres más ricos del mundo. Ante mi incredulidad, (creí que me estaba mamando gallo), me dio entre otras las siguientes razones.
Si no fuéramos los más ricos, no podríamos pagar una de las gasolinas más caras del mundo a pesar de ser productores de petróleo; tampoco podríamos comprar automóviles un 40 por ciento más caros frente a lo que valen en los países vecinos gracias a nuestro sistema arancelario; ni podríamos pagar medicinas con el doble del precio que pagan en el resto del planeta dado que acá los laboratorios cobran lo que les da la gana con el beneplácito del gobierno.
Si no fuéramos los más ricos, decía él, no podríamos pagar un IVA del 19 por ciento cuando en otras naciones ese impuesto fluctúa entre el 4 y el 12 por ciento; y menos podríamos sostener un Congreso con 266 legisladores que trabajan la mitad del tiempo que sus compatriotas pero ganan el doble de lo que ganan sus pares del resto de América.
Si no fuéramos los más ricos, agregaba Reynaldo, no podríamos pagar intereses bancarios superiores al 24 por ciento por los préstamos; ni pagar las más altas tasas por las tarjetas de crédito; ni podríamos alimentar a los chupasangres banqueros pagándoles crecidas sumas de dinero por usar sus cajeros o por consultar el saldo de nuestras cuentas.
Si los colombianos no fuéramos los más ricos, los pensionados, (que ganan apenas el 75 por ciento de lo que percibían cuando estaban activos), no podrían pagar el 12 por ciento de aportes para salud; y menos se podrían pagar en Colombia las matrículas educativas más caras de todas las universidades del continente.
Si no fuéramos los más ricos, subrayaba Reynaldo, no podríamos darnos el lujo de pagar cada año cerca de 80 billones de pesos en impuestos al gobierno para que de ellos los funcionarios y políticos corruptos se roben más de 30 billones.
Si no fuéramos los más ricos, afirmaba Linares, no podríamos pagar los peajes más caros del mundo para alimentar la voracidad de los constructores de vías; no podríamos comprar repuestos para automotores al doble de lo que valen en los países vecinos; ni podríamos pagar tanto dinero por el llamado impuesto de rodamiento.
Pero además, (y esto es bien interesante), señalaba Reynaldo que si no fuéramos los más ricos saldríamos a las calles a protestar contra todas las anteriores canalladas impuestas por el gobierno. Pero como somos los más ricos, eso no nos importa porque tenemos suficiente dinero para someternos a toda clase de abusos, atropellos, robos e injusticias.
Linares venció mi incredulidad y hoy le concedo la razón. No solo somos los más ricos del mundo. Le agrego que también somos los más pendejos del mundo.
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