
Por Héctor Gómez Kabariq
Bucaramanga ya está más que aburrida con tantas improvisaciones del alcalde de turno Rodolfo Hernández. Si bien es cierto que él como constructor no tenía mayor idea del funcionamiento de un aparato gubernamental, (apenas había sido financiador de algunos alcaldes que resultaron corruptos), no es menos cierto que sus torpezas y sus malos asesores ya han desencantado a la comunidad, incluyendo a quienes eran sus defensores.
Ha cambiado tantas veces de secretarios y de asesores como nadie lo había hecho; pidió comisiones a contratistas por pagarles unas cuentas que la alcaldía debía pagar por obligación y no por generosidad; engañó a sus electores con la falsa promesa de las famosas 20 mil viviendas; peleó con el gobierno central como si la ciudad fuese una república independiente que no necesitara de la ayuda y del presupuesto nacional; se trajo de la costa una publicista nombrándola como gerente de Metrolínea y resultó un fiasco; creyó que las inspecciones de policía eran un adorno, no las proveyó, y paralizó centenares de procesos judiciales; hoy todavía ignora que por prohibición del Código Disciplinario y por simple buena educación casera, a los demás servidores públicos no les debe decir bandidos, ladrones, pícaros ni sanguijuelas; creyó arreglar el problema de los motociclistas dándoles un carril exclusivo y fracasó; ha cambiado varias veces de pico y placa para vehículos y ninguna le ha funcionado; no sabe cómo poner a funcionar los puestos de salud; quiere que los pobres cubran la quiebra de la empresa privada llamada Acuaparque, (que además queda en el municipio de Floridablanca), obligándolos a que se “tomen una cerveza menos”, (son sus palabras), en lugar de que él se tome un whisky menos; todavía no sabe cómo arreglar el problema del basurero del Carrasco; a través de su director de tránsito se la pasa improvisando cambios viales sin que ninguno sirva; dijo que ningún particular le había dado dinero para la campaña pero luego se supo que varios no solo le dieron dinero sino que hoy los tiene como contratistas de la alcaldía; cuando alguno de sus subalternos también mete la pata, (cosa que ocurre con frecuencia), dice que él no sabía o que estaba de vacaciones pero luego esos subalternos lo hacen quedar mal; en fin…
Es cierto que nadie puede decir que esté robando. Pero es que para ser buen alcalde, además de ser honesto, debe ser un buen ejecutivo, arreglar los problemas de la ciudad y cumplir sus promesas de campaña. No ser ladrón no es una virtud. Es una obligación moral.
Con razón quienes le hicieron la campaña, los editorialistas y columnistas que lo apoyaban y hasta su propio hermano, (que fue el cerebro de la “lógica, ética y estética”), resolvieron abandonarlo.
Estamos asistiendo al espectáculo de la improvisación de la improvisadera.
(guanetv@hotmail.com)
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