Hoy, cuando en Colombia se celebra el Día del Periodista, vale la pena consignar algunas reflexiones acerca de lo que está ocurriendo en los medios informativos del país. Sin nostalgia, porque aún estamos activos, debemos pasar revista a ciertos niveles de degradación en los que ha caído este maravilloso oficio.
Algo va de la aparición el 9 de febrero de 1791 del “Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá” dirigido por el cubano Manuel del Socorro Rodríguez, a los tiempos de hoy, pasando por los linotipos, la radio con transmisores de tubos y la televisión en blanco y negro, hasta llegar a los actuales excesos de la tecnología, excesos patrocinadores del inmediatismo y de la pereza.
Empecemos por decir que en Colombia no existe libertad de prensa. Los pulpos económicos se han apoderado de los más importantes medios para, a través de la manipulación, ponerlos al servicio de sus no siempre limpios intereses económicos y políticos; los gobiernos de turno a todo nivel, mediante la coacción y las pautas publicitarias, pretenden someter a sus caprichos a medios y periodistas; y en menor grado, los grupos violentos siguen impidiendo el libre ejercicio del periodismo en zonas de provincia a través de las amenazas que muchas veces han llegado al asesinato de comunicadores.
Igualmente hay que reseñar que a los medios han arribado algunos embaucadores sin ninguna preparación que, mediante la compra de espacios en radio y televisión, y a través del montaje de perfiles en las llamadas redes sociales, se dedican a la búsqueda del enriquecimiento empleando el engaño, la trampa y la falsedad. Ello ha dado paso además a la aparición de los denominados “informadores influencers”, que no pasan de ser una partida de analfabetas usurpadores de las cloacas en que se han convertido esas redes.
Y no se puede desconocer, además, que falta capacitación y profesionalismo en algunas salas de redacción. La desaparición de la Tarjeta Profesional como requisito obligatorio para desempeñar el oficio, ha permitido que hoy funjan como periodistas ciertos elementos que, hayan o no pasado por la academia universitaria, ignoran los más elementales principios de la equidad, la verdad, la imparcialidad, la investigación, el decoro, la ética, el respeto y la decencia, para no hablar del uso indebido del idioma. Don Andrés Bello los cogería a fuete.
Esperaría uno que al menos quienes aparecen en el panorama nacional como los más leídos, los más vistos y los más escuchados, fuesen los mejores exponentes del oficio, pero no. El problema es a todo nivel.
El rigor en la información y los códigos de ética han venido desapareciendo. Y ello es grave no solo para el periodismo sino también para la formación de ciudadanos bien informados y para la vigencia de las sanas costumbres.
En síntesis, la verdad periodística hoy está siendo atropellada, desconocida y maltratada desde diferentes ángulos.
Esta fecha, 9 de febrero, antes que generar ruidosas celebraciones festivas, debería llamar a un profundo análisis y a una necesaria autocrítica para tratar de enderezar el rumbo del periodismo. La desinformación imperante debe ser combatida para frenar esta desquiciada carrera hacia el oscuro abismo de la mediocridad.
Por lo demás, un fraternal abrazo a los amigos y colegas periodistas verdaderos, especialmente a quienes laboran en Bucaramanga y Santander, quienes, con abnegación, estoicismo y profesionalismo, están entregados a este oficio. Para ellos, respeto y reconocimiento.
NOTA : El autor de estas letras fue Presidente de la Asociación Colombiana de Periodistas -seccional Santander- durante dos períodos y fue además Presidente y fundador del Círculo de Periodistas de Bucaramanga.