Muchas alteraciones del sistema nervioso que afectan a nuestros niños en la actualidad tienen origen en la carencia de estas vitaminas (del complejo B) desde la primera semana de embarazo

Por Jaime Forero Gómez

La semana pasada conversábamos sobre la relación existente entre el intestino y el cerebro formando el denominado eje intestino-cerebro, esencial en la mayoría de funciones que realiza el cuerpo humano.

En el colon regulando este eje se encuentran las bifidobacterias, grandes productoras del folato (vitamina B-9), esencial en la síntesis de aminoácidos y ácidos nucleicos y gran controlador del proceso llamado metilación del DNA, importante en la regulación epigenética del cuerpo; además, el folato es vital en la supervivencia de los linfocitos T reguladores que contrarrestan la producción de linfocitos Th1 y Th2, cuya activación tiene que ver con enfermedades crónicas, autoinmunes e infecciones. Por eso las bifidobacterias son esenciales en las defensas del cuerpo y en la prevención de alteraciones y malformaciones en el desarrollo del sistema nervioso central.

Las bifidobacterias son también importantes en la producción de la vitamina B12, esencial para la producción de glóbulos rojos, previniendo la aparición de una anemia llamada megaloblástica; además, participan en la producción del DNA y en desarrollo cerebral adecuado.

Estas vitaminas del complejo B se encuentran en los alimentos de origen animal y en los suplementos nutricionales como los que se administran a la mujer al embarazarse.

Muchas alteraciones del sistema nervioso que afectan a nuestros niños en la actualidad tienen origen en la carencia de estas vitaminas desde la primera semana de embarazo, situación que se presenta cuando hay desequilibrio de las bacterias intestinales alterando el eje intestino-cerebro.

Cuando el cerebro primitivo llamado placa neural empieza a desarrollarse y carece de estas vitaminas, desde este instante (primera a segunda semana), empiezan a suceder las malformaciones y trastornos. La mala absorción tiene relación con la presencia de derivados del petróleo, pesticidas y otros contaminantes ambientales en el organismo de la madre, que impiden que el bebé en formación reciba estas vitaminas.

Hace unos ocho años hablamos del niño del siglo XXI refiriendo al control que debe tener la mujer desde antes de quedar embarazada, detectando no solo infecciones virales, parasitarias y deficiencias vitamínicas a tiempo, sino equilibrando esa flora probiótica, esencial en el desarrollo neurológico adecuado.

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