Por Melquisedec Torres
La diplomacia no es más que la hipocresía y el egoísmo puestos al servicio favorable de un país y en contra de los demás. Por razones de Estado, amén de lógicas en la conducta humana, el primer y casi único interés de un diplomático es defender los asuntos de su gobierno o de su país. Hacer lo contrario puede, y constituye muchas veces, traicionar a la patria. No plantearé aquí que esta sea la situación extrema hoy, pero tiene visos y rasgos iniciales de tal.
Hace unos días, de buenas a primeras, el canciller Álvaro Leyva anunció un acuerdo inmediato con el régimen de Nicolás Maduro para restablecer las relaciones fracturadas desde 2016 y rotas totalmente desde 2019. Se reunió con su homólogo de Venezuela y anunciaron, felices, que volvíamos a ser fraternos y cordiales vecinos, hermanos latinoamericanos unidos en la causa común de… cualquier cosa que les sea afín a los dos gobiernos.
Poco o nada se discutió en Colombia acerca del real alcance de esta reunión y anuncios, de sus pros y contras y de quién se beneficiará más o menos. Inspirados por los nuevos vientos amables y los efluvios de esperanza que muchos dicen respirar con la celestial promesa de que seremos “la potencia mundial de la vida”, en ese ambiente de perfumes y aires festivos, y entre la pompa de la cuasi coronación del nuevo mandatario, no reparamos en la gravedad de lo que Leyva hizo o anunció hacer y, especialmente, en lo que no anuncia.
Con la salvedad de que restablecer relaciones, por niveles y con gradualidad, es necesario y fue craso error de Duque cerrar todas las puertas, lo que es absurdo y contra Colombia es abrazarse ya, sin condición alguna, con un régimen que ha sido cómplice e incluso socio de peligrosos terroristas, quienes han usado la porosa vecindad para sus pavorosos crímenes acá y fácil fuga y resguardo allá. La Guardia Bolivariana ha sido más que aliada apéndice de Márquez, Gentil, El Paisa y demás tenebrosos asesinos y mafiosos. Y hoy el mismo Márquez —con aparentes graves heridas— es huésped consentido en hospital caraqueño y la delincuente Aída Merlano goza de protección.
Omitimos que numerosas empresas colombianas fueron estafadas por regímenes de Chávez y Maduro, perdiendo centenares de millones de dólares; pasamos la página del Maduro que insulta, calumnia y lanza arengas y amenazas delirantes semanales sobre nuestros últimos tres gobiernos; no les decimos que se hagan cargo de sus dos y más millones de migrantes, a quienes hemos acogido, protegido y financiado a un enorme costo.
Maduro, Cabello y demás esbirros llevan más de seis años pateando nuestra puerta vecinal, lanzando piedras a nuestro techo, enviando a millones a esta casa —la mayoría, decentes; también un grueso número de alta peligrosidad ya probada— y protegiendo y asociándose con nuestros más oscuros criminales.
Pese a todo ello, el nuevo gobierno parece decidido a no imponer condición alguna y hacer de Maduro también un gran beneficiario de la “paz total”.
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