Por María Isabel Rueda
En otra dimensión del país, porque en esta no se pudo, me habría gustado ser amiga de Piedad Córdoba. Por mujer, por negra, por obstinada, porque piensa de frente, porque es estudiosa y formada, buena oradora de plaza pública, y tiene mucha conexión con la gente. Es persona capaz de reconocer errores y arrepentirse de ellos. Y aunque estamos en orillas bien pero bien distintas, eso no habría impedido esa amistad, como les consta a varios amigos que mantengo intactos, en medio de nuestras diferencias, con el paso del tiempo. Pero de Piedad me comenzaron a separar brechas insalvables.
Si la Corte hubiera permitido analizar a cabalidad los computadores de ‘Raúl Reyes’, en los que constaba que, bajo el alias de Teodora Bolívar, las Farc le encomendaban misiones operacionales precisas, relaciones internacionales y mediaciones complicadas con la suerte de los secuestrados, de pronto, hoy tendríamos más claro cuál fue realmente el papel que jugó Piedad, generalmente semiclandestino, con las Farc. La duda hoy la mantenemos intacta. Tampoco tenemos totalmente claros los negocios con Chávez y con el régimen Maduro, Piedad y Samper dedicados a desvarar las deudas de Venezuela con exportadores colombianos, gracias a sus buenos oficios con el régimen; o, más recientemente, los contactos comerciales con el tenebroso Álex Saab y las famosas cajitas Clap para los más pobres. También se mantiene aún entre paréntesis si Piedad fue beneficiaria de financiación de sus campañas políticas desde Venezuela. Y si fue cierto que hasta llegó a recomendarles a las Farc, en sus peores épocas, cuáles secuestrados deberían liberar primero y con cuáles quedarse por su utilidad publicitaria.
Por todo eso no puedo ser la amiga de Piedad que hubiera querido ser. Ella tendrá sus propias y muy respetables razones para no serlo de mí. Pero hoy veo con asombro que, de un día para otro, Piedad anuncia que tiene resuelto uno de los misterios más espeluznantes de la criminalidad colombiana. El de quién fue el autor del magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado, de lo que, asegura, incluso tiene pruebas.
¿Hace cuánto lo sabe? ¿Lo ha mantenido oculto todo este tiempo? ¿Por qué se vuelve útil contarlo precisamente hoy? La familia Gómez teme que, con razón, esta sea una jugada para que la JEP termine quitándole el expediente del magnicidio de Álvaro Gómez a la Fiscalía, acusando de él a ‘Tirofijo’, que hoy, por estar muerto, es improcesable, y el proceso se archive por el resto de la eternidad.
El abogado de la familia, Enrique Gómez, piensa que incluso podría ser una jugada de Piedad para ser llamada ante la JEP, donde tiene garantías de que no será extraditada, por si acaso las confesiones de Álex Saab sobre sus negocios turbios terminan confirmando algún lavado de dinero o asociaciones con grupos terroristas, y la vuelven atractiva para un pedido de extradición de EE. UU.
En este punto no han faltado quienes, conmovidos por Piedad y por su disposición a contar una verdad que dice que tiene, se preguntan, con memoria corta, si el país no ha sido un poco injusto con Teodora Bolívar, pues si era una pieza tan importante en las Farc, no se entiende por qué no figuró en las conversaciones de La Habana y desde entonces ni la dejan arrimar por esos cuarteles políticos. Como si Piedad se hubiera dejado chupar su protagonismo como mediadora, ‘lobista’ y relacionista de las Farc por Álvaro Leyva Durán.
También puede suceder que el hecho de que Piedad haya escogido la Comisión de la Verdad para aportar la suya tenga que ver con que la información recogida por esa comisión no puede ser utilizada como auto cabeza de procesos, por lo que las verdades de Piedad carecerían de consecuencias jurídicas. A no ser que la JEP, que tiene “competencia prevalente, preferente y exclusiva sobre las conductas cometidas con ocasión, o en relación directa o indirecta con el conflicto armado”, simplemente resuelva que en este caso de Gómez la tiene, porque intervinieron las Farc. Por lo tanto, suspende la investigación en la Fiscalía, que no podrá capturar a Piedad por encubridora de algo que sabía, y que hasta ahora no había querido contar.
De manera que lo de la amiga Piedad está pensado, calculado y medido. A lo mejor logra que se archive de una vez por todas un proceso que nació de un asesinato cometido en pleno contubernio del narcotráfico con la política, con la Policía, con el Ejército, con los empresarios. Y muchos podrán, por fin, descansar tranquilos, sin las pesadillas de que esa caja de Pandora algún día se abra.
Entre tanto… Si Trump puede acabar, recuperado del covid-19, la fase final de su campaña, me pregunto si lo hará con mascarilla o no, y qué efecto tendrá en los millones a los que tenía convencidos de que esa vaina no se necesitaba.
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